Cada día estamos expuestos a pequeñas cantidades de formaldehído,
ya que su molécula es una de las más presentes en nuestra vida.
Cualquier forma de vida orgánica produce formaldehído. Se encuentra
presente tanto en el aire (contaminación medioambiental por combustión
de carbón, gases procedentes del tubo de escape de los vehículos,
tabaco, cocinas, hornos a gas, chimeneas
), como en ciertos alimentos y
varios productos de consumo. Nuestro cuerpo (al igual que otros animales
y plantas) también produce pequeñas cantidades de formaldehído de forma
natural, como parte de su proceso metabólico. Sin embargo, debido a su
volatilidad, se descompone rápidamente en el cuerpo y en la atmósfera,
ya que se degrada en presencia de la luz solar en CO2 y H2O. De esta forma, no se acumula en el ambiente o en los seres vivos.
El uso y manipulación de estos productos se ha prohibido en algunos
países debido al alto riesgo para la salud de quienes trabajan con ellos
habitualmente. El uso del formaldehído puede producir irritación en la piel, ojos, nariz y garganta.
Si se ingiere en grandes cantidades puede causar dolor, vómitos, coma e
incluso la muerte a partir de 30 ppm o miligramos por litro.
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